martes, 23 de junio de 2015

Sobre Silvio Rodríguez

Por muchas razones, y hasta sinrazones, Silvio Rodríguez es un cantante fuera de serie. Cofundador, con Pablo Milanés, Noel Nicola, Vicente Feliú, Eduardo Ramos, Sergio Vitier (y aunque nadie sabe quién la bautizó así) de la Nueva Trova, ha aportado su indudable prestigio a un movimiento que revitalizó la canción cubana y la catapultó en el plano internacional. No obstante, aún dentro de un núcleo tan fermental, con el que siempre se sintió plenamente identificado, Silvio es un talante inconfundible.
Curiosamente, su voz no es cálida ni grave ni particularmente seductora, sino más bien aguda, de un timbre casi metálico y sin embargo frágil. Al escucharlo, uno llega a temer que en cualquier momento se le quiebre, y ese riesgo ( que en su caso no es deliberadamente buscado sino más bien lo asume como algo irremediable) también forma parte de su extraño atractivo. Con características que en cualquier otro cantante serían anticarismáticas, Silvio funda precisamente su carisma. Quizá el secreto resida en que siempre transmite una gran sinceridad, una honestidad a toda prueba, un no aparentar lo que no es, y, en estos tiempos de famas prefabricadas, de engendros de la machacona y mistificadora publicidad, esa actitud, a la que el público accede sin intermediarios, significa una bocanada de aire fresco en un ámbito, como el del espectáculo, por lo común tan especulativo como artificial.
Salvo en casos excepcionales, Silvio es autor de la letra y la música de sus canciones. Como en los ejemplos de Pablo Milanés, Chico Buarque. Viglietti, Serrat, Aute y no muchos más, esa doble autoría otorga a sus producciones una unidad esencial. Sean o no el resultado de un desarrollo paralelo, letra y música aparecen como gemelas (jimaguas, diría en Cuba), copartícipes en el acto de la parición. Fundamentalmente, las letras de Silvio, sobre todo las que crea a partir de una duramente adquirida madurez, tienen un nivel textual tan afortunado que (algo no demasiado frecuente en los cantores populares) conservan su validez política aun sin el básico soporte de la música. Alguna vez he sostenido, y su trayectoria posterior corrobora ni diagnóstico marginal, que Silvio es un poeta que canta, y más aun: que es uno de los poetas más talentosos de su generación.
Siempre recordaré como conocí a Silvio y a Pablo en La Habana, allá por el año 1966. Era mi primera visita a Cuba. Unos amigos me habían invitado a cenar en su casa y me anunciaron que más tarde vendrían dos cantantes muy jóvenes, todavía casi desconocidos. Por fin llegaron con sus guitarras y cantaron cinco o seis canciones cada uno. Tuve la rara sensación de que asistía a un viraje importante de la canción cubana: por un lado estaba presente la tradición trovadoresca, y por el otro una propuesta asombrosamente innovadora, que transformaba, enriqueciéndolos, los ritmos heredados e insertaba en las letras un sentido tan comunicativo como el de la poesía conversacional, entonces en pleno desarrollo en América Latina. Varios años después, escuchándolos de nuevo en textos y música de más rigurosa factura, les pedí que cantaran aquellas letras primigenias que les había escuchado en el 66. Pero no las recordaban. Lo cierto es que en ese lapso habían creado tan frenéticamente nuevos cantos, que aquellos iniciales, tan importantes para mí, habían sido cubiertos por su propio olvido.
Este libro de Joseba Sanz tiene un valor inapreciable: inserta la obra del cantante en su vida, las sigue a ambas paso a paso, estrofa a estrofa. No es sólo una cronología ampliada, sino un curriculum espiritual, una efemérides de estado de ánimo. Por primera vez el oyente de Silvio podrá aquilatar no sólo una ruta artística sino también un recorrido vital. Podrá comprobar así que el mayor compromiso (palabra hoy tan subestimada por la dejadez postmodernista) de Silvio es con la vida, a la que no canta de lejos sino metida en ella hasta en los tuétanos. Participando en la campaña de alfabetización, embarcando hasta África en el barco pesquero Playa Girón, empuñando un fusil para defender su Revolución, arriesgando su vida en Angola, cantándole al amor desde el amor, aprendiendo a tratar de igual a igual a las mujeres de su vida, creciendo con sus hijos, la trayectoria de Silvio es el hilo conductor de su canto, y cuando los públicos, leales y fervientes, de cualquiera de los tres mundos, lo aplauden con denuedo y naturalidad, no sólo están premiando su arte, también su coherencia, su fidelidad a la Revolución y a sí mismo, su capacidad de trabajo y su rigor, su calidad humana. Silvio nunca será un mito; no viaja con su pedestal a cuestas. Sus públicos lo saben y tal vez por eso lo tratan como a un querido y sencillo compañero, que les canta y les dice las felicidades y las desdichas que ellos también quisieran cantar y decir tan entrañablemente como él.


Mario Benedetti

martes, 3 de julio de 2012

Las Memorias de Don Robert o la Antología de la DGB


No recuerdo cuando ni donde nací, lo peor del caso es que ni siquiera  sabía en donde estaba. Esa mañana me vi tirado bajo una vieja galera de lámina de cartón junto a una enorme piedra que me brindó calor durante esa helada noche de invierno. Una vieja camioneta color azul pintada a brochazos igualmente me dio abrigo, era un vehículo viejo, como de mi generación, tenía unas enormes ruedas sujetadas por apenas un par de birlos oxidados, además de que en el parabrisas dentro de la cabina había una pequeña hamaca de donde pendía un pequeño simio de peluche. El dueño de aquel vehículo seguramente tenía afición por los animales silvestres ya que el forro del tablero y el volante tenían una tela similar a la piel de los tigres. Desperté apesadumbrado por el peculiar silbido de un hombre de baja estatura, al parecer de oficio mecánico ya que cargaba una estopa con gasolina para limpiarse las manos, era sorprendente ver cómo podía fumar mientras se tallaba las manos con ése líquido volátil. El sujeto en cuestión me miró con curiosidad, lanzando un grito con cálido tono me preguntó que quien era? y que hacia ahí?. Ciertamente me quedé pasmado ante tal interrogatorio, sin pensarlo dos veces le dije que me llamaba Robert y que la enorme casa color blanco y negro situada en la esquina de manzana era mía. El nombre que elegí para esta nueva vida fue una oportunidad para dejar de lado todo el lastre de mi existencia pasada, además de que siempre había admirado a R. L. Stevenson y sus cuentos de piratas. El pequeño mecánico continuó preguntándome por qué nunca me había visto en esa casa, la respuesta más lógica que tuve fue que volví de un largo viaje a ver a mi familia, mi casa, mi barrio y mis cosas y que ya todo había cambiado. Sin más comentario el mecánico se retiró y en ese entonces comencé a reflexionar sobre mis respuestas que en ese momento a mi juicio resultaron convincentes. Apesadumbrado por la situación simplemente me senté afuera de mi nueva y antigua casa, obstinando sobre mi legitima propiedad  decidí dedicar  los meses sucesivos a cuidar mi casa y ver pasar a los transeúntes, además de recibir lo que buenamente me quisieran dar. A partir de entonces desperté diferentes emociones y sentimientos entre la gente de aquellas calles. Algunos comenzaron a verme como un pobre viejo venido de la nada, con una demencia marcada, hambre y frío. Otros en cambio me veían con repudio por ensuciar sus calles y banquetas, por dormir afuera de lo que ellos llamaban su propiedad. La familia que habitaba mi antigua casa me alimentaba en ocasiones, sin embargo la mayor parte del tiempo me fruncían el seño o me miraban con desprecio. El hijo menor de la familia no podía ocultar sus emociones y continuamente me veía de reojo asomándose a la ventana y solo exclamaba ante sus amigos “asco”, siempre tuve la sospecha de que era un afeminado. Con el pasar de los meses me integré a la dinámica de vida del lugar y llegué convivir y platicar con algunos de los habitantes, principalmente los niños y jóvenes que salían por las tardes a jugar o simplemente a liberar su energía en grupo. De ningún modo puedo decir que eran agradables, aunque después les tomé aprecio. Quizá la convivencia constante con estos muchachos me permitió sobrellevar las interminables tardes sentado en la banqueta, me entretenía mirando lo que hacían, o simplemente me dedicaba a esquivar los balonazos que me llegaban, o que en ciertas ocasiones afirmaría que iban teledirigidos. Había chicos de distinta edad y de diferentes caracteres. Como la mayor parte del tiempo no tenía nada que hacer tuve bastante oportunidad de analizarlos. A continuación relato la historia de los muchachos más representativos del barrio y sus interacciones con otros vecinos y su propiedad. De algún modo eran buenos chicos, sin embargo crecieron. Unos años después supe que se autodenominaron la DGB y esta es su historia.

jueves, 28 de junio de 2012

Canción de la mujer

1. De noche junto al río en el oscuro corazón de los arbustos
a veces vuelvo a ver su rostro, el de la mujer que amé: mi
mujer, que murió.

2. Hace ya muchos años, y a ratos ya no sé nada de ella, la
que antes lo fue todo, pero todo se marchita.

3. Y ella era en mí como un pequeño enebro en las estepas de
Mongolia, cóncavas, con el cielo amarillo pálido y de gran tristeza.

4. Vivíamos en una cabaña negra junto al río, Los mosquitos
solían perforar su blanco cuerpo, y yo leía el periódico
siete veces o decía: tu pelo tiene un color sucio. O: no tienes corazón.

5. Pero un día, cuando estaba yo lavando mi camisa en la
cabaña, ella se acercó a la puerta y me miró y quería salir.

6. Y quien le había pegado hasta cansarse, dijo: ángel mío.

7. Y quien le había dicho te quiero la condujo fuera y
riendo miró al aire y alabó el buen tiempo y le dio la mano.

8. Como ya estaban afuera, al aire libre, y la cabaña estaba
desierta, cerró la puerta y se sentó tras el periódico.

9. Desde entonces no la he vuelto a ver, y de ella sólo quedó
el gritito que dio cuando por la mañana volvió a la puerta que
ya estaba cerrada.

10. Ahora la cabaña se ha podrido y mi pecho está relleno de
papel de periódico y por las noches tumbado junto al río en
el oscuro corazón de los arbustos me acuerdo de ella.

11. El viento lleva olor a hierba en el pelo y el agua grita sin
fin pidiendo calma a Dios, y en mi lengua tengo un sabor amargo.

Bertold Brecht

miércoles, 23 de junio de 2010

El Cuaderno De Saramago

Otras veces me he preguntado dónde está la izquierda, y hoy tengo la respuesta: por ahí, humillada, contando los míseros votos recogidos y buscando explicaciones al hecho de ser tan pocos. Lo que llegó a ser, en el pasado, una de las mayores esperanzas de la humanidad, capaz de movilizar voluntades simplemente apelando a lo que de mejor caracteriza la especie humana, y que creó, con el paso del tiempo, los cambios sociales y los errores propios, sus propias perversiones internas, cada día más lejos de las promesas primeras, asemejándose más y más a los adversarios y a los enemigos, como si esa fuese la única manera de hacerse aceptar, acabó cayendo en meras simulaciones, en las que conceptos de otras épocas fueron utilizados para justificar actos que esos mismos conceptos habían combatido. Al deslizarse progresivamente hacia el centro, movimiento proclamado por sus promotores como demostración de una genialidad táctica y de una modernidad imparable, la izquierda parece no haber comprendido que se estaba aproximando a la derecha. Si, pese a todo, fuera todavía capaz de aprender una lección, ésta que acaba de recibir viendo a la derecha pasarle por delante en toda Europa, tendrá que interrogarse acerca de las causas profundas del distanciamiento indiferente de sus fuentes naturales de influencia, los pobres, los necesitados, y también los soñadores, que siguen confiando en lo que resta de sus propuestas. No es posible votar a la izquierda si la izquierda ha dejado de existir.
Curiosamente, y esta es la paradoja, el político al que el título de este comentario se refiere, es precisamente el que en este momento preside los destinos del país que desde hace muchísimo tiempo viene desarrollando una política en todos los aspectos imperial y conservadora: Barack Obama. Da que pensar. Una acción política que, como vengo diciendo, pretende poco más que salvar los muebles de un capitalismo sin reglas que estuvo a punto de devorarse a sí mismo, nos parece ahora casi, casi, la realización del sueño de la izquierda. Apuesto que mucha gente, progresistas, socialistas, comunistas, anda por ahí preguntándose: “Y si Obama fuese presidente de mi partido?” Tal vez lo que llamamos ironía de la Historia sea algo así como esta situación… Tal vez sea, solamente, la importancia del factor personal.

José de Sousa Saramago

viernes, 11 de junio de 2010

Tribulaciones del Alma Encerrada


El camino de la vida suele ser multicolor, los días en cualquier lugar y las horas y minutos en los lugares justos son algo diametralmente opuesto, puedes pasar días completos en un lugar totalmente ajeno a ti y sentir ese vacío terrible de estar solo aunque haya gente alrededor.
Meses completos en las costas del sur perdidos para siempre, donde ni las experiencias parecen algo rescatable, una cuestión sin una explicación lógica. Así contaba los días y las noches en el pueblo donde se respira lo común cada amanecer, donde toda persona denota inconformidad a cada mirar, a cada respirar, donde mueren y reviven las profundas aspiraciones a tener algunos bienes que nunca se han tenido. Y en medio de la cruel realidad económica surgen destellos en sus mentes, en la lejanía del norte, en esa utopía americana que devora hombres incautos que se negaron a vivir dignamente de su tierra, dejando hasta el último gramo de dignidad para regresar algún día como grandes señores contaminados.
Como un auténtico espectador me posaba en la terraza cada noche, después de soportar las alcoholemias de una vieja y corrupta juventud vigente del PRI, me imaginaba recorriendo las montañas y los valles, recordando cómo ha sido mi vida y como un espíritu que quiere más puede verse encerrado en un lugar donde la gente es libre, donde no hay ley, donde las normas de la moral se han reinventado y el machismo del que comúnmente las damas de las grandes ciudades platican en los cafés, no es ni una pequeña muestra de la terrible realidad que atosiga a todas esas mujeres marcadas por la baraja , ésas que destinan su vida a la disposición de un sujeto que ni siquiera sabe si es dueño de sus acciones.
Quizá ningún ángel ha tocado las puertas de este lugar, donde hasta el más noble de los misioneros bien podría corromperse en un inconsciente colectivo entreverado por los propósitos más bajos y decadentes.

viernes, 21 de mayo de 2010

Del Cielo a los Andenes

Apretando los ojos, cerrándolos bien fuerte,
tirando hacia delante, vuelvo a ir,
a deshilvanar nuevos desafíos,
a enfrentar al tablero de ajedrez,
dando al filo de este amor mío.

Derrumbando paredes que crecieron sin dueño
como un ser insolente, vuelvo a ir,
a descubrir el fin de los caminos,
a respirar el aire que quedó
después de tanto gris hay mucho frío

Y voy a cancelar las lluvias y los trenes
que siempre han ido en rumbo equivocado
vaciándonos del cielo a los andenes.

Y voy a desnudar la piel y la locura,
a hacer bien lo hondo de cada razón,
poniendo una cuota de cordura,
el resto lo pondrá mi corazón.

Atestiguando el paso que marcan mis zapatos
fortaleciendo el alma, vuelvo a ir,
a ser del tiempo un nuevo compañero,
a destejer el oído y la traición,
a festejar la mujer que quiero.

Acudiendo a la vida a calmar su alarido,
entorpeciendo el llanto, vuelvo a ir,
a desamar la luz que va conmigo
para que el viento sople tu canción,
llevando la verdad como un abrigo.

M. Boccanera (1988)

viernes, 19 de marzo de 2010

El Transcurso del Tiempo


Nos va ahogando, se trepa, nos aterra y cuando te das cuenta ya te cubrió de tierra... hace poco lo veíamos tan lejano comentaba don "Salva" una mañana en el arroyo. Definitivamente que ya no era el mismo señor canoso con vitalidad que hacía apenas unos meses con una cubeta de 4 litros color rojo y su viejo sombrero me invitaba una mañana de marzo a que fueramos a la loma porque había mucha miel.

En la vieja troje tampoco estaba "Carmelita", a quien llevaba de comer por las tardes aterrado por el "alforja" y los otros perros de "don Pedrito", tampoco sé si sobreviva el viejo limón que abarcaba 10m de espesor, el mismo que cada julio y agosto tapizaba el suelo con sus dorados frutos. Hace meses me di cuenta que ya no se me hace interminable caminar por el sendero hacia el lindero sur, quizá sea porque ya no estan los perros, o porque ya no llevo la comida que los atraía.

Que compendio de personajes coexistian en ese universo, que delgado estaba Mclaut, que caudal de ideas revitalizantes pero mal planteadas surgian de los dos entes que salian por temporadas de ese microcosmos en aquellos años. Que fuerte es ese calor y energía que siento al volver, que bueno que lo recuerdo esta noche de Marzo, nos ahoga??? mas que eso nos alcanza.