Doce de copas
Teníamos el doce de copas bajo el brazo, y nos quedamos pasando las mejores cartas por miedo a errar la apuesta. Ya se oxidaron los engranes de aquellas borracheras; no sé la verdad, si se rompieron esos vasos, pero la memoria está anegada de sustancias que nada tuvieron que ver con el anaranjado místico, con las riberas a sepulcro abierto y los hermanos en la mierda.
Nos sentimos maestros de todo pero ninguno sabía enseñar nada y esa sonrisa que no supimos dar se nos pudrió en los entresijos, por querer ser la vanguardia de una legión de perdedores.
Y las enumeraciones se nos repitieron, y las imágenes se ahogaron de tan pesadas. De poético, en nuestra aventura, solo tuvo la despedida, pues a la mañana siguiente con los ojos hinchados nos reconocimos en la estupidez de ese filósofo que solapaba los fantasmas y arrullaba las traiciones.
Y los caballos trotaron para diferentes lados.
Al final, el cuerpo se desmembró por todo el este y el oeste, y gritamos, pero nadie dijo nada, el norte se nos hizo crepúsculo y por el sur tuvimos que tomar la vida por los segundos robados y las historias inventadas.
Muchos dijeron…
Si, es cierto…
Pero no dijeron nada.
Marco Antonio Rivera Chávez
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