Pienso boca a boca
como vida de un ahogado
del cemento congelado
de ciudadesy pueblos.
Que si se mira adelante
al amor que nos arrastra,
al sentirnos respirando
se olvidarían las canciones de guerra
sobre las estatuas,
sobre los destinos,
sobre el largo espacio
que queda en camino.
Tiempo de morirse
es ese paso ensimismado
donde el hombre es condenado
a morir y a reírse.
Si algún visitante
de otra estrella nos hablara
con qué lengua escribiría
la metralla, las balasy el mundo?.
Este es un planeta doblado y despierto
que va a suicidarse para no estar muerto.
Pero que utopía
es que acaso el hambre cesa
o la muerte se detiene en el deseo de vivir?.
Qué golpe se ha parado?,
qué cabeza no anda rota?
y qué bomba ha dejado de caer en cada día?.
Que se vaya el sueño,
que se vaya el día,
que vuelvan blindados con artillería.
Silvio Rodríguez
domingo, 22 de marzo de 2009
sábado, 21 de marzo de 2009
EL doce de copas
Doce de copas
Teníamos el doce de copas bajo el brazo, y nos quedamos pasando las mejores cartas por miedo a errar la apuesta. Ya se oxidaron los engranes de aquellas borracheras; no sé la verdad, si se rompieron esos vasos, pero la memoria está anegada de sustancias que nada tuvieron que ver con el anaranjado místico, con las riberas a sepulcro abierto y los hermanos en la mierda.
Nos sentimos maestros de todo pero ninguno sabía enseñar nada y esa sonrisa que no supimos dar se nos pudrió en los entresijos, por querer ser la vanguardia de una legión de perdedores.
Y las enumeraciones se nos repitieron, y las imágenes se ahogaron de tan pesadas. De poético, en nuestra aventura, solo tuvo la despedida, pues a la mañana siguiente con los ojos hinchados nos reconocimos en la estupidez de ese filósofo que solapaba los fantasmas y arrullaba las traiciones.
Y los caballos trotaron para diferentes lados.
Al final, el cuerpo se desmembró por todo el este y el oeste, y gritamos, pero nadie dijo nada, el norte se nos hizo crepúsculo y por el sur tuvimos que tomar la vida por los segundos robados y las historias inventadas.
Muchos dijeron…
Si, es cierto…
Pero no dijeron nada.
Marco Antonio Rivera Chávez
Teníamos el doce de copas bajo el brazo, y nos quedamos pasando las mejores cartas por miedo a errar la apuesta. Ya se oxidaron los engranes de aquellas borracheras; no sé la verdad, si se rompieron esos vasos, pero la memoria está anegada de sustancias que nada tuvieron que ver con el anaranjado místico, con las riberas a sepulcro abierto y los hermanos en la mierda.
Nos sentimos maestros de todo pero ninguno sabía enseñar nada y esa sonrisa que no supimos dar se nos pudrió en los entresijos, por querer ser la vanguardia de una legión de perdedores.
Y las enumeraciones se nos repitieron, y las imágenes se ahogaron de tan pesadas. De poético, en nuestra aventura, solo tuvo la despedida, pues a la mañana siguiente con los ojos hinchados nos reconocimos en la estupidez de ese filósofo que solapaba los fantasmas y arrullaba las traiciones.
Y los caballos trotaron para diferentes lados.
Al final, el cuerpo se desmembró por todo el este y el oeste, y gritamos, pero nadie dijo nada, el norte se nos hizo crepúsculo y por el sur tuvimos que tomar la vida por los segundos robados y las historias inventadas.
Muchos dijeron…
Si, es cierto…
Pero no dijeron nada.
Marco Antonio Rivera Chávez
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