No recuerdo cuando ni donde nací,
lo peor del caso es que ni siquiera sabía en donde estaba. Esa mañana me vi tirado
bajo una vieja galera de lámina de cartón junto a una enorme piedra que me brindó
calor durante esa helada noche de invierno. Una vieja camioneta color azul
pintada a brochazos igualmente me dio abrigo, era un vehículo viejo, como de mi
generación, tenía unas enormes ruedas sujetadas por apenas un par de birlos
oxidados, además de que en el parabrisas dentro de la cabina había una pequeña
hamaca de donde pendía un pequeño simio de peluche. El dueño de aquel vehículo
seguramente tenía afición por los animales silvestres ya que el forro del
tablero y el volante tenían una tela similar a la piel de los tigres. Desperté
apesadumbrado por el peculiar silbido de un hombre de baja estatura, al parecer
de oficio mecánico ya que cargaba una estopa con gasolina para limpiarse las
manos, era sorprendente ver cómo podía fumar mientras se tallaba las manos con
ése líquido volátil. El sujeto en cuestión me miró con curiosidad, lanzando un
grito con cálido tono me preguntó que quien era? y que hacia ahí?. Ciertamente
me quedé pasmado ante tal interrogatorio, sin pensarlo dos veces le dije que me
llamaba Robert y que la enorme casa color blanco y negro situada en la esquina
de manzana era mía. El nombre que elegí para esta nueva vida fue una
oportunidad para dejar de lado todo el lastre de mi existencia pasada, además
de que siempre había admirado a R. L. Stevenson y sus cuentos de piratas. El
pequeño mecánico continuó preguntándome por qué nunca me había visto en esa
casa, la respuesta más lógica que tuve fue que volví de un largo viaje a ver a
mi familia, mi casa, mi barrio y mis cosas y que ya todo había cambiado. Sin más
comentario el mecánico se retiró y en ese entonces comencé a reflexionar sobre
mis respuestas que en ese momento a mi juicio resultaron convincentes. Apesadumbrado
por la situación simplemente me senté afuera de mi nueva y antigua casa,
obstinando sobre mi legitima propiedad decidí dedicar los meses sucesivos a cuidar mi casa y ver
pasar a los transeúntes, además de recibir lo que buenamente me quisieran dar. A
partir de entonces desperté diferentes emociones y sentimientos entre la gente
de aquellas calles. Algunos comenzaron a verme como un pobre viejo venido de la
nada, con una demencia marcada, hambre y frío. Otros en cambio me veían con
repudio por ensuciar sus calles y banquetas, por dormir afuera de lo que ellos
llamaban su propiedad. La familia que habitaba mi antigua casa me alimentaba en
ocasiones, sin embargo la mayor parte del tiempo me fruncían el seño o me miraban
con desprecio. El hijo menor de la familia no podía ocultar sus emociones y
continuamente me veía de reojo asomándose a la ventana y solo exclamaba ante
sus amigos “asco”, siempre tuve la sospecha de que era un afeminado. Con el
pasar de los meses me integré a la dinámica de vida del lugar y llegué convivir
y platicar con algunos de los habitantes, principalmente los niños y jóvenes
que salían por las tardes a jugar o simplemente a liberar su energía en grupo.
De ningún modo puedo decir que eran agradables, aunque después les tomé aprecio.
Quizá la convivencia constante con estos muchachos me permitió sobrellevar las
interminables tardes sentado en la banqueta, me entretenía mirando lo que
hacían, o simplemente me dedicaba a esquivar los balonazos que me llegaban, o
que en ciertas ocasiones afirmaría que iban teledirigidos. Había chicos de
distinta edad y de diferentes caracteres. Como la mayor parte del tiempo no
tenía nada que hacer tuve bastante oportunidad de analizarlos. A continuación
relato la historia de los muchachos más representativos del barrio y sus
interacciones con otros vecinos y su propiedad. De algún modo eran buenos
chicos, sin embargo crecieron. Unos años después supe que se autodenominaron la
DGB y esta es su historia.
martes, 3 de julio de 2012
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